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LA APERTURA DE LA SOCIEDAD… MÁGICA

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| Ensayo ficcional |

J. Stigly

©2020, Héctor Sapiña (trad.)


En vista del notable brote de prejuicios sobre los humanos sin magia y la ignorancia que se hace evidente en el discurso de sus defensores, escribo estas líneas para desmitificar el papel de “cenicientas maltratadas” que se les ha adjudicado en los últimos años. Concretamente desde la apertura de las fronteras entre el mundo oculto y el tecnológico, y la consecuente crisis migratoria. Confieso de antemano que me guía cierto espíritu de denuncia tras ser víctima de censura, pero al tratarse de un asunto que concierne también a lectores ajenos a nuestras instituciones y medios, antes de enredarme en las particularidades de la actualidad, intentaré exponer el origen de los tales prejuicios para luego explicar algunos aspectos sobre el hombre mágico.

Se me criticará de repetir informaciones mucho estudiadas y accesibles en cualquier texto escolar. Sin embargo, no es mi intención desenmascarar algún dato secreto o conspiración oculta, ya los libros de retratos públicos se encargan de hacer transparentes hasta las intimidades incómodas.[1]Mi preocupación es la de muchos otros: pese a la cantidad de información, nadie entiende nada sobre los humanos sin magia y, cuando no los discriminan, los romantizan.

Así pues, en el presente rescato algunos datos históricos para explicar dos visiones: la de las culturas mágicas, que se encuentran al borde de producir una nueva era de colonialismo, y las culturas técnicas, que se asimilan ciegamente al orden sugerido por los otros. Todo anclado inevitablemente a la perspectiva de quien escribe desde acá. Se parte de una breve revisión de la ruptura entre las dos sociedades para identificar las raíces históricas del problema actual. Posteriormente, se presentan algunas reflexiones sobre la palabra enunciada y la palabra impresa a fin de comprender la diferencia cultural resultante de las diferencias en los modos de manipulación de la materia natural. Finalmente, se presentan algunos aspectos a considerar en el proceso de intercambio que se ha emprendido recientemente.

[Se advierte que, bajo el riesgo de incurrir en anacronismos o imprecisiones, se ha preferido en esta primera traducción homologar los excesivos latinismos y términos de la tradición inaccesible a vocablos típicos de occidente para facilitar la lectura.]

 

 

I. Dispersamiento vs Renacimiento

La teoría del desarrollo histórico por oposiciones simétricas entre humanos tecnológicos y humanos mágicos ha caído en desprestigio luego de que su creador, Vladimir Kropotsky, sucumbió a la tentación de elevarla a religión y propuso dos soluciones para el conflicto que ha regido la historia de occidente. Tales soluciones fueron: a) exterminar alguno de los polos que componen la simetría; b) imponer un sistema de creencias taoístas que nos enseñara a buscar el equilibrio perpetuo. Sin embargo, pocos podrán negar que su modelo es útil a un nivel descriptivo de la macrohistoria.

De acuerdo con Kropotsky la historia de occidente se desarrolla como una tensión perpetua entre dos tipos de sociedad, la mágica y la tecnológica. Dicha tensión se produce porque, luego de la prehistoria, los humanos basaron sus sistemas de producción en alguna de las dos facultades, subordinando y excluyendo a la otra. Así, mientras en la Antigüedad las actividades mágicas se revistieron de doctrinas teocráticas para justificar su dominio sobre la tecnología, en la Modernidad se invirtió el paradigma y se equiparó a la tecnología con la razón para abrir paso a la construcción del Estado Industrial. Un primer Vladimir Kropotsky llamó a la construcción de un sistema colaborativo magia-tecnología basado en la evidencia de tribus nómadas del paleolítico que distribuían así sus tareas. El segundo Kropotsky, radicalizado tras su visita a las ruinas de Babel, es quien optó por el genocidio y/o la imposición de un dogma.

Como recordará el lector, el proceso de inversión del poder se dio en el paso de la Edad Media a la Edad Moderna. Si para el mundo tecnológico este punto marca el inicio de un proceso de intercomunicación global, para nosotros significó el ocultamiento y la fragmentación. De ahí la teoría de las simetrías opuestas. De ahí también que, mientras los humanos tecnológicos denominan “Renacimiento” al periodo de entrada en la modernidad, nosotros lo recordamos como el “Dispersamiento”.[2]Esta frontera en el tiempo es donde se germinan los prejuicios que hoy existen en nuestra sociedad. Dicho de la manera más simple: la actitud alzada del hombre mágico respecto al hombre tecnológico hoy día no es más que un resentimiento guardado durante cinco siglos.

Uno de los aspectos más acusados por el humano mágico es que su adversario en la historia ni siquiera se dignó a incluirlo en el esquema de la modernidad, pues en la Antigüedad todo hombre sin magia era considerado como un elemento esencial del esquema cósmico…era un esclavo, pero poseía una función. Hubo uno que otro Dédalo con aspiraciones a escapar del yugo mágico mediante las máquinas. Pero el hombre moderno en vías de industrialización concentró sus fuerzas para desterrar todo vestigio de magia. No fue necesario incurrir al exterminio masivo, el desconocimiento del otro fue suficiente para eliminar su existencia. En occidente, incluso las religiones, que habían nacido en el seno del ritual mágico, descartaron sistemáticamente a la magia de la ecuación de la fe. La minoría restante eran brujas y…ya sabemos qué sucedió con ellas.

Pese a todo, los humanos mágicos sobrevivieron. Muchos intentaron asimilarse al orden tecnológico, la mayoría fue asesinada en quemas y juicios religiosos. Otros se retiraron a la naturaleza o a las estrellas y renunciaron a su forma humana. Y otros, amantes de su tierra, subsistieron en células sociales. Como es sabido, el teólogo y estudioso dispersentista Tomas Mor sembraría accidentalmente la herramienta que produjo el posterior nacimiento del Estado Mágico Moderno. Mor nació en una familia inglesa de hechiceros del siglo XVI, perseguidos por conjurar públicamente ocultaron su granja en algún lugar de Escocia. Ahí, el pequeño Tomas crecería con la comodidad del aislamiento; nunca, ni una vez su familia enfrentó escasez y, al poco tiempo de instalados, descubrirían rutas para retomar lazos con otros sobrevivientes mágicos, entre los cuales se encontraba su maestro, Acuinas.

Tal bonanza inspiró la escritura de la obra cumbre de Mor: La familia dispersa y la perpetuidad del justo medio. Sobre las bondades de la tierra para con la comunidad que en Dios la cosecha. En ella, el inglés concebía la dispersión de la sociedad mágica como un sufrimiento necesario para alcanzar una etapa de plenitud. Con profunda fe, Mor defendía que, al ser perseguidos, los hombres mágicos habían sido liberados de la corrupción de los principados y, por su sacrificio, habían sido recompensados con los dones de la tierra y la esperanza de una vida mejor al llegar la muerte. En su afán de llevar el consuelo a quienes habían perdido todo, Mor diseñó la primera red de comunicaciones mágicas: un sistema de hechizos sencillos que permitían a cualquier mago convertir un cajón en un buzón postal. Así fue como Tomas Mor actuó en contra de sus propios intereses. La red de buzones propició la recuperación de Concilios Mágicos, el comercio oculto y las disputas entre comunidades. En menos de un siglo, la Europa mágica instauró el Estado Oculto (también conocido como Estado Post-Feudal) y sus respectivas delegaciones.

Bajo la bandera del Cristianismo Segregado (variante mágica del protestantismo), el Estado Oculto comenzó una guerra imaginaria contra el hombre tecnológico. Imaginaria porque ya había perdido contacto con él, pero poderosa al justificar la necesidad de "progresar en aislamiento" (lema típico del siglo XIX, tras la consolidación de las revoluciones comerciantes). Incluso ante la caída de las casas nobles y la posterior separación entre Estado e Iglesia, la necesidad de fijar un "otro con el que no debemos mezclarnos" subsistió en diferentes formas.

Se han establecido al menos tres etapas de la visión sobre el hombre tecnológico: primero, fue el perseguidor que provocó la dispersión; después se le consideró “neoesclavista” cuando colonizó América, se le representaba entre las comunidades mágicas como un hipócrita que explotaba a los americanos bajo la bandera de la religión y, después, de la razón; finalmente, durante los siglos XIX y XX fue el imbécil ingenuo, que invierte tiempo excesivo en el trabajo, en inventar nuevas formas de explotación y en hacer guerras en lugar de cultivar las artes. Independientemente de la gravedad de los crímenes sociales del hombre tecnológico, esta visión subordinante justificó las iniciativas de exterminio que nuestra comunidad condujo durante el siglo pasado.[3]

Ahora, antes de pasar al siguiente punto, no está demás señalar que la historia fue distinta en América. Sin ser especialista en el tema (ya el Colegio de Historia de las Artes Amerindias ha descrito minuciosamente el proceso de colonización mágica en sus tres tomos de La integración del pasado oculto al mundo tecnológico europeo en las Américas) me queda claro que las comunidades mágicas del nuevo continente sufrieron dos destinos con la llegada de los europeos: la asimilación o la exclusión. De modo que, salvo por casos aislados, su historia se mezcló con la del hombre tecnológico durante el mestizaje. Aunque las comunidades mágicas fueron disfrazadas, tratadas como subalternas, y eventualmente se impondría el sistema tecnológico, sus expresiones culturales sobrevivirían entremezcladas con la visión del viejo continente tal como el dulce del chocolate sobrevive en el mole.

 

 

II. La palabra enunciada y la palabra impresa

 

Recientes descubrimientos arqueológicos han demostrado que al iniciar la Modernidad el humano sin magia se dio a la tarea de alterar sistemáticamente el mito de Prometeo. Práctica que también era común entre nosotros antes de las ocho Convenciones Metódicas celebradas durante el Iluminismo. La diferencia respecto a los relatos prometeicos es reflejo fiel de la historia: el hombre tecnológico eliminó definitivamente al hermano que recibió el báculo de Prometeo y conservó al receptor del fuego; nosotros mantuvimos a ambos personajes en la historia, pero condenamos la ambición destructiva del segundo, adjudicándonos la alianza con Natura para justificar el papel dominante del mago en el cosmos.

Las dos técnicas simbolizadas por los dones de Prometeo encuentran su realización más clara en los modos de escritura modernos: la enunciación y la impresión. La palabra del mago llega a la hoja por medio de la voz, la del hombre sin magia lo hace a través de las manos. El primero anima los objetos para la divulgación, el segundo fabrica máquinas. Ésta es la esencia de nuestra diferencia, pues nosotros nunca nos vimos empujados hacia las revoluciones industriales como ellos. La distinción entre nuestras culturas es, entonces, de carácter ecológico. Si nosotros nos encontramos exentos de ver a la naturaleza como un objeto aislado, el problema que hemos manifestado desde el origen de la especie es la tendencia a deificar a naturaleza.

Y la consecuencia más grave de divinizar al mundo es la cerrazón de la sociedad: la estricta jerarquización de castas y la creencia en un devenir histórico predestinado. De modo un tanto irónico, la industrialización del mundo conducida por el hombre sin magia derivó el siglo pasado en resultados semejantes: un utilitarismo extremo contra la naturaleza que produjo sus dos grandes guerras, cuya base fue, precisamente, la explotación de castas estigmatizadas como inferiores y la erección de ideologías que anunciaban predestinaciones históricas.

No es ninguna curiosidad que las dos formas sociales hayan alcanzado puntos tan semejantes. Si hemos visto que la tesis de las simetrías opuestas ayuda a trazar una cartografía amplia de la historia como lucha social entre las técnicas industrial y mágica, la serie de coincidencias que se han encontrado entre ambas comunidades durante el “periodo de aislamiento” ha movido a los pensadores a replantear el concepto de una historia polarizada.

En primer lugar, se ha destacado que la separación nunca fue total. Existen contadas evidencias de matrimonios y pequeños grupos compuestos por miembros de ambas comunidades. Quizá los ejemplos más claros de influencias tecnológicas que este tipo de relaciones han traído a nuestro mundo son las máquinas de vapor y la electricidad, si bien nosotros las activamos mediante la animación verbal (o, como en oriente, mediante la animación corporal). En segundo lugar, los modelos de organización sociopolítica se han desarrollado con una semejanza sorpresiva: el Estado Moderno de los hombres sin magia fue tan absolutista como la primera etapa de nuestro Estado Oculto, las denominadas “revoluciones burguesas” se cultivan en el mismo siglo que nuestras batallas por el comercio autónomo y la caída de las grandes casas, y tal vez no hayamos emprendido un imperialismo tan evidente como la repartición del mundo de los Estados Decimonónicos de la Europa industrial, pero no cabe duda en que un espíritu peligrosamente nacionalista provocó nuestros conflictos armados en ese tiempo y que nuestros antepasados reinstauraron la esclavitud de las tribus del hemisferio sur con el puro fin de sumar filas a sus tropas.

En tercer lugar, las artes de la naturaleza y del modelaje de la experiencia son, a mi parecer, la más alentadora coincidencia que comparte la humanidad. A reserva de explorar con mayor detalle esta esfera de la humanidad en otros trabajos, quisiera destacar que ambas sociedades coincidimos en llamar “Iluminismo” a la era de la razón científica. Independientemente de los fines políticos a los que sirviera posteriormente, existe un grado de curiosidad y amor hacia la naturaleza que nos impulsa a examinarla con las herramientas que ella misma nos dio, examen cuya finalidad es la pura comprensión. Asimismo, nos vemos impulsados a sistematizar nuestras palabras para perfeccionar nuestra comunicación con los demás, alto poder del discurso que revela el vínculo posible entre todos los hombres de la Tierra. Las artes del modelaje, por su parte, confirman este afán vinculatorio al grado de conectar la subjetividad, ellas abren la mirada suprahistórica que reveló a los poetas y las audiencias del “periodo de aislamiento” el recuerdo de la hermandad primigenia que nos une al otro.[4]

En nuestros días, la revisión de las sociedades por cortes regionales, locales o incluso interpersonales da muestra de una noción mucho más compleja del humano y nos otorga numerosas evidencias de colaboratividad entre comunidades mágicas e industriales. La lógica que ha operado el intercambio en las últimas décadas, sin embargo, ha obedecido a criterios prioritariamente mercantiles. Si en los primeros años, las novedades de la apertura del Estado Oculto hacia la globalización fueron extasiantes para el populacho, ahora más que nunca vivimos las consecuencias de una apertura a conveniencia del comerciante: el gran capitalista industrial ha cavado su propia trampa y, como suele suceder, se ha llevado a las clases más bajas consigo.

 

 

III. Crisis

 En 1919 Cenicienta cautivó al mundo mágico. Su ascensión al trono era triplemente significativa: fue la primera mujer coronada, no poseía un rango de nobleza y había subido todos los peldaños de la escala social, desde hermana explotada en un barrio a empresaria y, finalmente, a reina. Significaba también la subsistencia de la monarquía a través del comercio y la “prueba de que el esfuerzo y la buena voluntad daban frutos”. El diario El Filmógrafo llevó las imágenes de su boda y coronación a todo el mundo y en las tabernas brindaban los obreros a nombre de su camarada la Reina.

Ya en la década de los 60, los jóvenes universitarios franceses desmitificaron las aspiraciones burguesas codificadas en imágenes tan poderosas. No obstante, la historia se mantiene en el imaginario y se traslada a diferentes sectores sociales como falso argumento para la defensa de los desvalidos. Hace apenas unos meses, la famosísima Holly Golightly (esta actriz del mundo tecnológico que ha alcanzado fama entre nuestra comunidad) encabezó una protesta en la entrada del Black Rock a favor de los migrantes sin magia que solicitaban trabajo en la industria mágica. Cuando le preguntaron por qué se había unido al movimiento, titubeó un poco y respondió “Creo que todos merecen oportunidades como la que yo tuve”. Desde entonces, en las bibliotecas, en internet y los libros de perfiles no han dejado de circular imágenes de Golightly con la corona de la mítica Cenicienta.

¿Qué significa todo esto? En mi opinión, y ésta es sólo mi opinión, el imaginario popular retiene con recelo el ideal de un ascenso aparentemente milagroso en la escala social porque no ve otra opción. Cuando se abrieron los mercados bajo el supuesto de que la combinación de técnicas mágicas con industriales proveería de recursos al mundo y cubriría las necesidades de los más necesitados, en realidad sólo se produjeron las condiciones de enriquecimiento acelerado para los grandes propietarios. Es sabido que el éxito súbito de personajes como Golightly en los medios culturales es una cortina que cubre problemas reales. De modo que sólo puedo explicarme la necedad de admirarla como una esperanza ficticia en tiempos desesperanzadores.

Para comprender la crisis migratoria y la crisis de desempleo, debemos aceptar de antemano que existen factores menos simplistas que el mito de Cenicienta y, por lo tanto, son más aburridos. Estos problemas atañen a la tribuna pública y, a mi parecer, pertenecen más a la comunicación periodística que a una ocasión como esta. De modo que prefiero concentrarme en las actitudes de la gente al respecto. Desde que se expusieron las medidas del Estado Ya-no-tan-oculto (el Nuevo Estado Mágico) para regular e impedir la entrada de más desmagiados[5], ha habido dos oleadas de reacciones. Parecería que sólo se puede estar “a favor” o “en contra”: los primeros tildados de racistas, los segundos autotildados de diversos. Y, como sucede con todas las cosas, el asunto parece partido de futbol. En lo personal nunca me ha gustado el futbol (ni el volado, ni el a pie) y tal vez es por esa razón que no encuentro a quién irle.

Sin duda, me inclino por lo diverso (y por eso fui expulsado a puntapié de El Mágico y de La Revista Exótica), pero considero que en el discurso público pro-migrante se han depositado ideales de libertad imposible. A mi parecer, la defensa popular de la migración proviene más de una nostalgia interna por la ausencia de vigilancia estatal que por una verdadera empatía hacia el otro, que implicaría un alto grado de información sobre las condiciones y motivaciones del migrante (y, como se ha dicho, los usos de la información y las capacidades de interpretación siguen en un estado cuestionable).

Si bien es cierto que algunos camaradas piratas del siglo XVII lograron una forma de libertad manteniéndose dentro de la delgada franja que separa a la legalidad del crimen, y que ello fungió como supuesta demostración del “buen salvaje” (o al menos eso es lo que cuenta la siempre sospechosa historia oficial), el mundo de nuestros días ya no tiene espacios sin explorar. Por mucho que se conmemore la Caída del Gran Hermano, es sabido que el Estado Ya-no-tan-oculto mantiene mecanismos de supervisión fuertemente intrusivas y los ha compaginado con las tecnologías digitales para perfeccionar su vigilancia. A mi parecer, pues, hay una fuerte combinación del mito de Cenicienta y el del pirata liberado en la defensa del pueblo hacia el migrante. Si antes eran la industria, el Estado y los corporativos quienes perpetuaban la ideología de su interés a través de los opios de la entretención, ahora el puro pueblo se encarga de reciclar esas historias para mantenerse distraído de sus verdaderas condiciones.

El problema, el gran problema, es que, al considerar las condiciones actuales del mundo, el hombre sin magia ha sido desplazado por completo. Esos migrantes que sin duda poseen derechos no encontrarán lugar para ejercer su derecho a vivir plenamente. Sus naciones han sido ocupadas por la industria y la magia, su trabajo se ha vuelto innecesario. Y los espacios están ocupados por la oficialidad. Pero el discurso pro-migrante teme aceptar esta verdad, quienes lo emiten son incapaces de generar condiciones suficientes para aceptar a los marginados consigo y demandan acciones efectivas a dos tipos de gobierno: gobiernos que descaradamente han cerrado sus fronteras sin responsabilizarse de sus actos pasados y gobiernos que, aunque se promuevan como dispuestos, no pueden satisfacer las necesidades de su propia población.

Para dar un primer paso, se debe corregir la postura. Al interior del mundo mágico, el discurso pro-migrante se disuelve sencillamente con otro discurso, el que refuerza la idea de los desmagiados como subalternos de los que debemos compadecernos. Esta, y no otra, fue la razón por la que salí de La Revista Exótica. Esta publicación de supuesto perfil científico que hace unos meses empezó a divulgarse con personajes famosos en su portada, me ha acusado de racista por no defender a su porra en el partido de futbol. Todo a propósito de la famosísima Holly, que figuró en la porta de enero de este año disfrazada de Merlín (con barba y todo).

Para el número de febrero quise publicar mi artículo “Adopción degradada del héroe romántico en la publicidad y la respuesta popular”, donde exponía por primera vez esto que he resumido en líneas anteriores. No sólo se me impidió la divulgación del texto, sino que recibí a domicilio una copia acusada de mi carta de renuncia y una advertencia discreta para mantenerme lejos de las instalaciones. Por suerte, el texto se divulgó en el mundo digital; por mala suerte, cada vez que era reproducido, los usuarios modificaban palabras hasta convertirlo en una defensa de Cenicienta y por qué todos debemos aspirar a ser como ella y vestir con barbas de Merlín para agradar a los magos superiores.

Ahora que los amables miembros del Seminario de Estudios Sobre la Otredad me acogen, intento nuevamente exponer mi humilde punto de vista y repito la crítica a La Revista Exótica, no sólo por ejercer la censura (y, a manera de chisme: practicar habitualmente el plagio), sino por perpetuar la idea del migrante y, en general, del desmagiado como un exótico que sirve para nuestra entretención. Bien harían en descubrir que este problema fue superado por el mismo humano al que consideran inferior hace más de un siglo. En lugar de eso, enfocan sus columnas en sorprenderse hipócritamente de cómo humanos tan limitados como los desmagiados han inventado el automóvil para desplazarse. O publican esos cuentos donde el trabajo de la tierra con herramientas manuales es representado como la hazaña inusitada de un primate.

 

 

Conclusión: falsa apertura y verdadera apertura

 En teoría, la apertura de la sociedad mágica al mundo tecnológico eliminaría la lucha por el dominio que ha caracterizado a toda la historia y, eventualmente, conduciría a una democracia global y a una utopía intercultural. Los “teóricos” que inventaron tal mentira hace unas décadas no hicieron más que vender una ilusión: que combinando magia y tecnología la mano de obra sería innecesaria (o se reduciría al mínimo) y, por lo tanto, la distribución del trabajo desaparecería, eliminando así el germen del poder y del conflicto.

¡Qué mentira tan hermosa! ¡La venida de la sociedad de la abundancia! Bajo esa máscara estúpida, el Estado Oculto se quitó la capa de invisibilidad, pero, en el fondo, estaba anunciando a las naciones tecnológicas que poseía un arma superior a la bomba nuclear: la omnipresencia. La comunidad mágica, pese a su diversidad, logró construir una nación dispersa en todo el globo. Y, dada su ausencia de las guerras tecnológicas, desarrolló armas y defensas completamente ajenas al orden militar industrializado. ¿Qué opción les quedaba a las naciones tecnológicas, si no la rendición automática?

A cambio de paz, se le ofreció al Nuevo Estado Mágico la mano de obra y el consumo del mundo entero. Así, el nuevo sueño americano fue el sueño mágico: “es posible vivir en tierras de magia, todo lo que debes hacer es esforzarte diariamente para algún día cruzar la frontera”. Esta es la falsa apertura de la sociedad mágica, su erección como un producto de consumo accesible a todos, pero siempre inalcanzable.

¿Cuál sería, entonces, la verdadera apertura de la sociedad mágica? En mi opinión, es muy pronto para pensar en otro modelo económico y geopolítico, menos si buscamos uno utópico. Pero es buen momento para renunciar a las aspiraciones excesivas, para abandonar la credulidad, aceptar nuestras limitaciones y, a nivel micro, identificar qué vínculos podemos establecer con quienes son diferentes a nosotros para cooperar. Esta visión es menos prometedora, revela la historia como una arbitrariedad, pero nos obliga a la responsabilidad mutua.



[1] Al lector digital no le sorprenderá enterarse de que en nuestros países existen también las redes sociales. La diferencia fundamental es la materialidad de nuestros libros de perfiles y de bienes asequibles. Como se verá más adelante, la materialidad de nuestros productos manifiesta todavía un conservadurismo significativo. A grandes rasgos, nuestro Libro de Perfiles sirve la misma función pública que las redes sociales digitales. Su consulta es sencilla: cualquier usuario identificado debe invocarlo con una herramienta mágica registrada y entonces recibe la versión más actualizada del libro. Las actualizaciones son continuas, incluso durante la lectura o el cambio de páginas.

[2] Hasta muy recientemente no se había querido reconocer que ambos tipos de sociedad son parte de la misma especie. Además de las irrefutables pruebas biológicas, a mi parecer, la hermandad entre sociedades puede encontrarse en aspectos tan sencillos como la ridiculez de los nombres elegidos por los historiadores.

[3] [Nota del trad.] La representación de conocimientos mágicos en las bellas artes del hombre tecnológico no escapa a la visión de Stigly. Su omisión en este ensayo podría justificarse por la intención de describir la mirada generalizadora y estereotípica de la comunidad mágica. No obstante, se sabe que dedicó buena parte de sus últimos años al vínculo entre ambas sociedades a través de las expresiones culturales. De ello es muestra su artículo “Nos imaginábamos mutuamente”, donde trazó las líneas generales para la enciclopedia que preparaba con el Seminario de Estudios Sobre la Otredad, uno de varios proyectos interrumpidos por el atentadoque dio fin a su vida.

[4] [Nota del trad.] No lo hemos confirmado, pero es común entre los magos la afirmación de que la música nunca estuvo completamente aislada y que, desde los siglos de la Dispersión hasta nuestros días, ha llegado a ellos a través de los árboles.

[5] De nuevo. Términos ridículos por doquier.

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Héctor R. Sapiña Flores

Estudia la Maestría en Letras en la UNAM, donde lleva a cabo una investigación sobre Ciencia Ficción Mexicana. Escribe las columnas "Contrapuntos entre Alfonso Reyes y Chabelo" en Teresa Magazine y "Epistolario Crononauta" en la revista Espora. Ha publicado en Punto en línea, Mordedor, Destiempos, Puño Electrónico, Cultura Colectiva, Vaulderie, entre otras.  Es miembro del Seminario de Metaficción e Intertextualidad de Acatlán (UNAM) desde 2012.

 


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