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De Pohl a Smith y de regreso

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©2014, Gerardo Horacio Porcayo

Escribir de tus maestros es difícil. Mucho. Escribir de tus pasiones, otra cosa debería de ser... Aunque suene tan extravagante y reiterativo.
     ¿Quién es maestro? ¿Quién no? Uno tiende a reconocer a dos o tres autores que llegaron para quedarse y que se han vuelto referencia obligada [máxime si acarrea prestigio en círculos culturales (pensemos en Borges o en Cortázar)]. ¿Y qué pasa con los demás?
     Los demás siguen ahí, atrás, adelante, moviendo las palancas fundamentales, aquellas que te hacen no tirar la toalla aunque los únicos horizontes que puedas o alcances a vislumbrar sean más bien estériles y asfixiantes. Bueno, precisamente eso tenían estos maestros, esa ansia, esa pulsión lejana a la muerte que te hacía tener esperanzas en el futuro... Y no de cualquier tipo, por cierto.
     Hoy se cumple un año de la muerte de Pohl, el domingo se cumplieron 49 de la muerte de Doc. E. E. Smith... y tengo que empezar con este último...
     Entre más lo pienso, más regreso a aquel cuento de Philip K. Dick intitulado El hombre variable. Los hombres, los soñadores de ciencias y futuros de principios del siglo XX, tenían algo incomparable, inimitable, que terminaba traduciéndose en verdadera innovación. Dick escribió acerca de técnicos, más que ingenieros, capaces de inventar nuevas armas. Su alegoría era clara. Y de eso hablo yo. De escritores con un sentido de maravilla tan nuevo que a la hora de plasmar sus universos, no quedaba sino maravillarse, extasiarse en esa contemplación, en ese arrebato imaginativo al que nuestro presente, cargado de CGI, FX y videojuegos, nos ha hecho a veces hasta refractarios, impermeables. Ya nada nos maravilla, porque todo ya lo tenemos al alcance de nuestro game pad, de nuestra TV HD...
     O casi todo...
     Doc E. E. Smith inicia sus viajes al espacio, al vuelo intergaláctico de su imaginación, como muchos otros científicos, a través de una charla/discusión con un amigo. A través de la sugerencia (y en un autor, muchas veces una sugerencia es un reto... "a que alguien como tú no haría...") de escribirlos en forma de novela. De ese germen nace Skylark of Space (La alondra del espacio). Según la wiki en inglés Lee Hawkins Garby, esposa del sugerente vecino, ofreció apoyarlo escribiendo las partes románticas de la novela, único obstáculo que Doc Smith preveía.
     Ahí nació como autor... Y aunque hoy es un clásico (ya fuera de imprenta, pero inolvidable) se consignan varios años para que se lograra su venta. La innovación acarrea siempre ese daño colateral, imposible ver lo nuevo cuando es tan nuevo, en mercados tan tradicionales como la literatura.
     Pero quizá el mayor éxito de Doc Smith ocurre con su serie Lensman (los hombres de la lente), una patrulla galáctica, distinguible por un lente que portan en la diestra, que se dedica a resolver entuertos intergalácticos, con navíos enormes y batallas de gran calibre que antes sólo prefiguraban los encuentros de galeones piratas. Batallas, estrategias con duraciones de milenios, sólo pudieron nacer de este científico que participara en la Primera Guerra Mundial y que dedicara sus esfuerzos al área de la ingeniería de alimentos. Una tetralogía para Skylark, otra para Lensman, en una serie de obras que expandían el hábitat del hombre de la atmósfera terrestre a la esfera de los cúmulos galácticos. Que cambiaban los clásicos cinco sentidos por otros expandidos. Su conclusión del universo lensman fue "Destructores de Vortex", que daba y dio pie a la creación de nuevas dimensiones, para la generación de portales para la exploración de esos multiversos a los que es adicto Grant Morrison (otro héroe Langostero) en el ámbito de los comics (¿ya leyeron su pimer número de Multiversity?).
     Pero todo lo que inicia tiene que acabar y aunque seleccionara el buen Doc Smith (y en verdad tuvo un doctorado en ciencias, no se crean que era un simple mote) plumas que continuaran su trabajo, hubo imitadores que lo expandieron por otros senderos, pero su semilla no fructificó en sagas inacabables aunque podamos reconocer la influencia de su obra en Star Wars, en Green Lantern o en el mismísimo Doctor Who...
     La edad de oro de la ciencia ficción tendió a otras cosas, a variantes más comprensibles y menos explosivas como Robert A. Heinlein o incluso, Isaac Asimov, que redujo las grandes batallas a narraciones entre científicos. Luego vinieron nuevas tendencias. Llegó Sturgeon, apabulló Dick... Y en ese horizonte donde las ciencias no exactas dominaban, poca esperanza había para nuevos portales estelares. En 1975 Joe Haldeman emplea el primero en La guerra interminable (y en la pasada Feria del Libro en Atzcapotzalco, Joe aseguraba que el concepto lo debía más a Jack Williamson), uno para transportar a sus tropas estelares a batallas de infantería, a tropas de a pie, que eran la traducción de sus experiencias en Vietnam a clave de CF... A la asfixia del no saber si eras el acechado o el acechante. El cazador o la presa...
     Pero me estoy alejando de Frederik Pohl.
     No puedo decir que desde el principio me conquistara. La primera obra de él que revisara fue Homo Plus. Una obra traumante, soberbia, pero que no exploraba, no en realidad, más allá de las fronteras físicas del hospital. Viaje al espacio interior, como se decía en aquel tiempo, viaje al trauma de transformarte en un nuevo ser, anatómicamente modificado para vivir en Marte. No fue mi hit... Hasta que Héctor Chavarría me prestara Pórtico. Eran los tiempos donde la caza de libros se volvía cada vez más difícil... y todavía no existía internet con su biblioteca virtual...
     Lo empecé a leer. Un astronauta platicando con su psiconanalista robótico... Sonaba a Dick... Un portal a un mundo desconocido, expediciones mercenarias de recolección arqueológico-tecnológica... ¿Necesito decir más? 1977 fue la fecha del original lanzamiento de esta novela que alcanzó también cuatro partes y extendió de nueva cuenta, el universo humano a los límites de las esferas galáctico-temporales, sin abandonar los complejos viajes por el espacio interior de la psique humana...
     Frederik Pohl, un pionero por sus propios méritos, un innovador que nos dejara el año pasado.
     Dos escritores que, al menos a mí (y espero a algunos de ustedes con esto) vuelven a animarme a mirar hacia las insondables profundidades del cosmos y a soñar, con hacer de él nuestro nuevo hábitat.

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