©2013, Gerardo Horacio Porcayo
Lejos siempre estuvo el intento de convertir a la Langosta en un osario, en un memorial virtual que acumula epitafios, lápidas para la posteridad.
Lejos están esos días en que creíamos que la juventud sería eterna o en que ni siquiera nos atrevíamos a pensar que las cosas pudieran ser de otra manera. Éramos jóvenes y estábamos más que insatisfechos, más que hartos de convenciones, hipocresías y todo lo que apenas oliera a estatus. Le huíamos a las responsabilidades, a la corbata, al traje de lana, al smoking, al matrimonio... Y tratábamos de derribar a base de escritos todas esas convenciones, o al menos de dejar en claro que así las cosas iban para nosotros.
Lo cierto es una sola cosa: el más adelantado era Juan, aunque al principio no lo pareciera. Corría el año de 1987 y cuando salí de no sé qué clase me lo encontré sentadito en la jardinera de la gran Magnolia Grandiflora que adorna, cobija y ambienta el Colegio de Lingüística y Literatura Hispánicas de la Universidad Autónoma de Puebla. Estaba ahí, esperando a Silvia Luna Tlatelpa. Y empezamos a platicar. Y hablé de CF y él habló de la gran literatura, de lo fantástico y hasta de Cortázar. Al final tuvo que defenderse y asegurar que uno de sus primeros cuentos reconocidos por el premio Crea era cercano a la CF y se intitulaba El banderín de las Chivas.
No paramos de platicar esa tarde, mientras ya juntos esperábmos la salida de Silvia. Y fiel a su formación dramatúrgica, el hombre, el mismísimo Juan, no claudicó y como aquellos grandes narradores, se atrevió a contarme su cuento, mientras seguíamos esperando.
Fue la primera de muchas tertulias. La primera exploración en una zona para mí desconocida. Gracias a él conocí el Mercado del Alto, visité su casa y empaticé con su tijuanense pareja. Gracias a eso, empezamos a intercambiar más y más ese pulso vital que nos unía en la rebeldía. Y Zárate y yo fuimos formalmente invitados a formar parte de Harakiri, ese grupo antes integrado sólo por Lola, Marco, Roberto, Silvia y el mismo Juan. Empezamos a trabajar en la versión poblana de la revista del Crea, a publicar en sus páginas que tenían regusto de pasquín, de fanzine sin presupuesto... Y empezamos a establecer los retos, los intercambios.
En 1988 Juan,. Lola y Zárate ganaron ex aequo, el Premio de Libro de Cuento del IPN. Ese mismo año, Juan obtenía el premio Rosario Castellanos con una novela experimental en que ya habíamos logrado que se colara la CF y hasta el señor Farmer con su libro Los Amantes. Todo prometía. Todo parecía marchar sobre ruedas. Vienieron festejos, su casamiento legal. Vino su primera novela policiaca. Y hasta llegó su Premio Edmundo Valadez por un cuento que de inmediato Zárate clasificara como de Chilanguismo Mágico. Fuimos a su premiación y ahí demostró el alcance de su postura: pasó a recibir el diploma, pero se negó a dar la mano, a saludar a Bartlett, a toda la mesa de honor...
Nos dejó de a cuatro. Y siguió haciéndolo. Cada vez más consistente, cada vez más alejado mientras se iba separando de Puebla, de su mujer, de Harakiri y aproximando a lo policiaco, lo internacional, lo rojo perredista.
Cuando uno encuentra grandes amistades, quisiera que nada cambiara, que esa operación alquímica que estimula el mutuo crecimiento siguiera perdurando... uno quisiera... pero la historia del hombre está anclada al cambio.
Creo que con Tabaco para el Puma, se acabaron las celebraciones en grupo por las salidas de sus novelas. Creo que la última vez que compartimos una mesa corría el año de 2002, estábamos en Monterrey y lo que compartíamos era la nostalgia y el sentido de pérdida de lazos.
Después lo vi dos o tres veces, organizando o coordinando eventos en la Feria del Libro del Zócalo, pero ya sin tiempo para grandes charlas, ya con pocos ánimos.
Nos fuimos volviendo viejos o mínimo lejanos... Nos volvimos amigos de nostalgias.
En 2010, como lo relaté en mi blog, Lobosector, la sorpresa de su partida a la otra orilla de la vida fue total, inesperada...
Hoy ya han pasado tres años desde aquella tarde en que impartiendo una clase de periodismo en la Ibero Puebla, recibiera la llamada de Zárate.
Hoy, sigo sin ubicar, sin aceptar quizá, su partida.
Este año me he dedicado a comprar su obra no policiaca. Quisiera volver a mi primer amigo que adoraba a Payno, a Eco, a Fernando del Paso y al mismísimo Gustavo Sainz.
Hoy, me sorprende descubrir que la Wiki no tiene un apartado a su nombre...
Me sorprenden tantas cosas. Tantas que desde el principio sabíamos...
Lo cierto, según entiendo, es que murió tal como se lo planteó: en la línea, escribiendo hasta el último momento.
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Juan (en el interior de la Brasilia) y Lola (recargada en la puerta) |
Lejos siempre estuvo el intento de convertir a la Langosta en un osario, en un memorial virtual que acumula epitafios, lápidas para la posteridad.
Lejos están esos días en que creíamos que la juventud sería eterna o en que ni siquiera nos atrevíamos a pensar que las cosas pudieran ser de otra manera. Éramos jóvenes y estábamos más que insatisfechos, más que hartos de convenciones, hipocresías y todo lo que apenas oliera a estatus. Le huíamos a las responsabilidades, a la corbata, al traje de lana, al smoking, al matrimonio... Y tratábamos de derribar a base de escritos todas esas convenciones, o al menos de dejar en claro que así las cosas iban para nosotros.
Lo cierto es una sola cosa: el más adelantado era Juan, aunque al principio no lo pareciera. Corría el año de 1987 y cuando salí de no sé qué clase me lo encontré sentadito en la jardinera de la gran Magnolia Grandiflora que adorna, cobija y ambienta el Colegio de Lingüística y Literatura Hispánicas de la Universidad Autónoma de Puebla. Estaba ahí, esperando a Silvia Luna Tlatelpa. Y empezamos a platicar. Y hablé de CF y él habló de la gran literatura, de lo fantástico y hasta de Cortázar. Al final tuvo que defenderse y asegurar que uno de sus primeros cuentos reconocidos por el premio Crea era cercano a la CF y se intitulaba El banderín de las Chivas.
No paramos de platicar esa tarde, mientras ya juntos esperábmos la salida de Silvia. Y fiel a su formación dramatúrgica, el hombre, el mismísimo Juan, no claudicó y como aquellos grandes narradores, se atrevió a contarme su cuento, mientras seguíamos esperando.
Fue la primera de muchas tertulias. La primera exploración en una zona para mí desconocida. Gracias a él conocí el Mercado del Alto, visité su casa y empaticé con su tijuanense pareja. Gracias a eso, empezamos a intercambiar más y más ese pulso vital que nos unía en la rebeldía. Y Zárate y yo fuimos formalmente invitados a formar parte de Harakiri, ese grupo antes integrado sólo por Lola, Marco, Roberto, Silvia y el mismo Juan. Empezamos a trabajar en la versión poblana de la revista del Crea, a publicar en sus páginas que tenían regusto de pasquín, de fanzine sin presupuesto... Y empezamos a establecer los retos, los intercambios.
En 1988 Juan,. Lola y Zárate ganaron ex aequo, el Premio de Libro de Cuento del IPN. Ese mismo año, Juan obtenía el premio Rosario Castellanos con una novela experimental en que ya habíamos logrado que se colara la CF y hasta el señor Farmer con su libro Los Amantes. Todo prometía. Todo parecía marchar sobre ruedas. Vienieron festejos, su casamiento legal. Vino su primera novela policiaca. Y hasta llegó su Premio Edmundo Valadez por un cuento que de inmediato Zárate clasificara como de Chilanguismo Mágico. Fuimos a su premiación y ahí demostró el alcance de su postura: pasó a recibir el diploma, pero se negó a dar la mano, a saludar a Bartlett, a toda la mesa de honor...
Nos dejó de a cuatro. Y siguió haciéndolo. Cada vez más consistente, cada vez más alejado mientras se iba separando de Puebla, de su mujer, de Harakiri y aproximando a lo policiaco, lo internacional, lo rojo perredista.
Cuando uno encuentra grandes amistades, quisiera que nada cambiara, que esa operación alquímica que estimula el mutuo crecimiento siguiera perdurando... uno quisiera... pero la historia del hombre está anclada al cambio.
Creo que con Tabaco para el Puma, se acabaron las celebraciones en grupo por las salidas de sus novelas. Creo que la última vez que compartimos una mesa corría el año de 2002, estábamos en Monterrey y lo que compartíamos era la nostalgia y el sentido de pérdida de lazos.
Después lo vi dos o tres veces, organizando o coordinando eventos en la Feria del Libro del Zócalo, pero ya sin tiempo para grandes charlas, ya con pocos ánimos.
Nos fuimos volviendo viejos o mínimo lejanos... Nos volvimos amigos de nostalgias.
En 2010, como lo relaté en mi blog, Lobosector, la sorpresa de su partida a la otra orilla de la vida fue total, inesperada...
Hoy ya han pasado tres años desde aquella tarde en que impartiendo una clase de periodismo en la Ibero Puebla, recibiera la llamada de Zárate.
Hoy, sigo sin ubicar, sin aceptar quizá, su partida.
Este año me he dedicado a comprar su obra no policiaca. Quisiera volver a mi primer amigo que adoraba a Payno, a Eco, a Fernando del Paso y al mismísimo Gustavo Sainz.
Hoy, me sorprende descubrir que la Wiki no tiene un apartado a su nombre...
Me sorprenden tantas cosas. Tantas que desde el principio sabíamos...
Lo cierto, según entiendo, es que murió tal como se lo planteó: en la línea, escribiendo hasta el último momento.