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MÚSICA PARA EL FINAL

©2020, Efraím Blanco


Podría gritar que me dejes beber de tu sangre. 
Los amantes de Lola


Estamos atrapados. En la oscuridad de esta bodega escucho lamentos y sollozos. Ahora somos pocos. Apenas ayer, la plaza estaba llena de sobrevivientes. Creo que en poco tiempo el pánico hará presa de nosotros. No hay salida. Sólo esta puerta nos separa de un destino terrible. Hace frío. Tenemos hambre. Supongo que también ellos. Por eso rasguñan con desesperación el metal y buscan algún resquicio para colarse y hacernos compañía. El olor fétido de sus cuerpos se cuela por algún lado. Invade el poco aire que devoramos por el cansancio. Se escucha el sonido de pies que se arrastran, lamentos de muerte y todo el repertorio de alguna colección musical de rock de los ochentas que suena sin parar. En algún lugar, alguien ha huido dejando encendido el aparato que anima los pasillos con vivaz armonía. Parece una mala broma que nos recuerda con melancolía días mejores.

Instantes felices.

Compras.

Parejas de enamorados y amigos sonriendo a la luz artificial del domo. Los últimos minutos antes del apocalipsis.

No hay camino que llegue hasta aquí y luego pretenda salir.

*

Ayer, muy temprano, las noticias daban cuenta de la matanza de millones de aves en el afán de contener el avance de la influenza tipo AH7N3, esparcida por semanas en criaderos nacionales e internacionales. Los científicos explican a detalle que la transferencia ave-humano es casi imposible; sin embargo, en el afán de prevenir, sacrifican a los animales infectados de los criaderos, por recomendación de la Organización Mundial de la Salud. Voces de alarma de diversas organizaciones indicaban que dicha acción era tardía. Algunos niños en la sierra de Jalisco se habían reportado a hospitales rurales con síntomas de gripe e inflamación severa de la garganta. Los pulmones, inundados de fluidos, colapsaron en todos los pacientes a pesar de la pronta atención recibida, y de haber sido tratados con vacunas de influenza estacional y de la llamada gripe porcina, la afamada AH1N1. Un hombre de setenta años fue trasladado a la capital del estado para su evaluación y remitido al pabellón de cuidados intensivos bajo estricto cuidado médico y tensas medidas de seguridad. Según el reporte de los galenos, el hombre había fallecido por síntomas afines al virus AH7N3, pero horas más tarde se le encontró deambulando por los pasillos de la morgue y fue abatido de un balazo por el equipo de seguridad, luego de atacar a mordidas al encargado del depositario de cadáveres. Pese al impacto recibido, el sujeto se puso en pie y mostró signos de agresividad. Por lo que fue atado y remitido a las autoridades nacionales bajo el reporte de “enfermedad contagiosa desconocida”. El resto de la historia es confusa, pues los noticieros dejaron de transmitir alrededor de las ocho de la noche cuando el Presidente decretó el toque de queda y la veda de transmisiones. En ese punto la enfermedad se había esparcido desde algunos hospitales a personal médico, pacientes y viajeros que, sin saber que un simple rasguño podía infectarlos, tomaron vuelos a la capital del país y propagaron el virus que después llamarían ZH7N7. Cae la noche y amanece en París, en el día en que todo ocurrió.

*

Lo que ha acontecido desde esta mañana puede describirse como infernal. La gente que llenaba de algarabía la zona de comida de la plaza, pronto comenzó a dispersarse ante lo que parecía el ataque de vándalos o desquiciados que golpeaban, mordían y atacaban con fiereza a quienes se cruzaran a su paso. Beatriz reía de uno de mis malos chistes y yo pensaba que a través de aquella sonrisa podía descubrir todos los secretos del mundo. El tiempo que habíamos pasado juntos era, hasta entonces, una continuación de alguna película que termina con el “…y vivieron felices para siempre.” Los sábados asistíamos a lecturas literarias y luego hacíamos el amor en el primer hotel de paso que encontrábamos en el camino de regreso a casa. Los domingos como este, ir al cine era la excusa perfecta para estar juntos y reírnos como idiotas de las tonterías que se me ocurrían estando con ella. Le decía que si la revolución estallaba, ella tenía que ser mi soldadera; le aseguraba que si el mundo se inundaba, yo sería su barco; y le decía que si un día llegaba el apocalipsis, nada nos podría separar. Mentí. En un instante de caos la escuché gritar y soltó mi mano antes de perderse entre la multitud. Quise seguirla, pero algo que gemía y bufaba como un animal rabioso se interpuso en mi camino. Era un hombre. Fijaba en mí la mirada del odio más terrible que jamás he presenciado. Su cuerpo tenía la apariencia de haber sido machacado en algún accidente pero aún se movía con facilidad. Parecía esperar una señal o algún movimiento para atacarme. El olor que desprendía era atroz. De pie, retrocedí lentamente hasta sentir una fría pared en mi espalda. Esa cosa seguía enfrente. Miré sus ojos inyectados de sangre, no había rastro de humanidad en ellos. Recordé que cuando era pequeño ansiaba tener un almanaque mundial. Mi mente de niño creía que en ese calendario vendrían marcados todos los eventos relevantes del mundo, ocurridos y por venir; quizá entre ellos, el final de todos los tiempos y la fecha exacta que ni los mayas alcanzaros a contemplar.

Lo siguiente que recuerdo es tan sólo caos.

Ruido.

Dolor.

Todo el dolor.

Y luego la oscuridad y una puerta metálica cerrándose, dejando atrás todo aquello que alguna vez quise o amé. Dicen que tienes un tacto divino y quien te toca se queda con él.

Estamos atrapados. A través de alguna ventila, unos haces de luz sueñan con iluminar un poco esta habitación. Cuento a siete sobrevivientes. Han pasado algunas horas y podemos ver hacia afuera por una rejilla de seguridad. No hay salida. Sólo una muralla de seres hambrientos. Muertos. Vivos. Todo es irreal. Todo lo que existe ahora es el miedo y la soledad. No sabemos qué hacer. Pienso en mi compañera. ¿Lo habrá logrado? ¿Estará refugiada en algún cuarto o será una de esas criaturas? Sólo sé que no puedo esperar más. Quizá intenten detenerme pero de todas formas abriré esta puerta. Lo que hay más allá es el infierno, pero lo que queda aquí es un limbo tan volátil como eso que llamamos humanidad.

Se hace la luz y salgo. Corro entre un mar de carne putrefacta y seres que me atajan, muerden y rasguñan mi cuerpo para no dejarme avanzar. Ahí está Beatriz. Veo su rostro en medio de todos ellos.

Quiero sonreír pero hago una mueca de dolor.

El mundo se apaga y creo verla estirar su mano para alcanzar la mía. Hago un esfuerzo más y libero uno de mis brazos. Puedo sentir nuestras manos tocándose.

Es mi soldadera y yo soy su barco.

Estamos juntos.

Más allá de su mirada perdida y sus ojos inundados de sangre.

Más allá del hambre de los seres que se alimentan de mí.

Y en la eternidad los dos unieron sus almas para darle vida a esta triste canción de amor.


¿Te gustó? ¿Te interesa leer más historias de Efraím Blanco? Por la contingencia sanitaria, el autor ha liberado en descarga gratuita su libro, publicado por Lengua de Diablo Editorial:El payaso debe morir y otros cuentos.

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