Quantcast
Channel: La Langosta Se Ha Posteado
Viewing all articles
Browse latest Browse all 87

El ángel de Metatlán

$
0
0

 ChatGPT 

con instrucciones de Gerardo Horacio Porcayo



En la tierra olvidada de Metatlán, donde la brisa aún trae el eco de un tiempo que ya no existe, las montañas parecían ver más allá de las estrellas, y las sombras de los árboles susurraban secretos que sólo los muertos escuchaban. Era un pueblo que, si se le miraba con atención, parecía en pausa. Las casas eran viejas, pero su deterioro era distinto, como si el tiempo no hubiera alcanzado a tocarlas completamente, pero tampoco supieran cómo seguir creciendo.

Un día, en el cielo gris y cargado de niebla, apareció un ser. No caía como una estrella, ni llegaba como un viajero errante. Se materializó, simplemente, como una presencia que borró el cielo con su resplandor. Era alto, de alas largas y blancas, con una luz que brillaba de forma inquietante. Sus ojos, grandes y profundos, reflejaban una mezcla extraña de sabiduría y desesperación. Aquello era un ángel, o al menos eso parecía.

Los habitantes de Metatlán, gente sencilla, de rostros curtidos por el sol, miraron con fascinación y temor al ser celestial que caminaba por sus campos y callejones polvorientos. No era común ver algo tan majestuoso en un pueblo tan aislado. Él les habló, y su voz resonó como una melodía encantadora, prometiéndoles una vida eterna llena de paz y luz, si tan solo trabajaban para él. Todo lo que tenían que hacer era colaborar, entregarse a la causa que él representaba: un mundo mejor después de la muerte.

"Trabajad para mí, y el reino de los cielos será vuestro", decía el ángel, con una calma que atraía como un canto lejano. "La muerte no es un fin, sino un comienzo glorioso. Yo os guiaré a la luz".

En los días siguientes, la gente comenzó a seguir sus palabras. Los hombres y mujeres del pueblo dejaron de trabajar la tierra, dejaron de pescar, de tejer, de hacer lo que siempre habían hecho. En su lugar, empezaron a construir grandes monumentos, templos a un dios lejano, o tal vez, a ese ser que había descendido del cielo. Nadie cuestionaba. Nadie dudaba.

Sin embargo, algo extraño ocurría. El ángel, mientras supervisaba sus obras, comenzó a percatarse de algo raro. Su visor, un dispositivo que usaba para ver más allá de la realidad tangible, comenzó a fallar. Un error en sus circuitos lo hizo ver el pueblo no como un lugar vibrante de vida, sino como una masa distorsionada, un paisaje inerte. En lugar de ver a las personas trabajando, veía sombras que se movían por los caminos, sombras que no tenían forma, que no hablaban, ni se detenían.

Era como si el pueblo entero estuviera envuelto en una niebla de pesadilla, algo que lo cegaba. No entendía por qué, pero algo le decía que algo no encajaba. ¿Acaso había caído en un mundo paralelo? No lo sabía, pero no podía negar que lo que veía ahora le resultaba extraño.

Esa tarde, mientras caminaba por el pueblo, lo notó con mayor claridad. La luz se había vuelto más gris, más espesa. Cuando se posó sobre una de las muchas casas, sus alas se extendieron para batir con fuerza, pero algo en su interior lo alertó de que el lugar, en realidad, estaba vacío. Sin embargo, de alguna manera, podía verlos: figuras blancas, espectrales, como ecos del pasado. Algunos pasaban cerca de él sin mirarlo, otros le sonreían de forma débil, casi sin vida. Y fue entonces cuando la verdad le golpeó con fuerza.

El pueblo de Metatlán no estaba lleno de seres humanos. Estaba lleno de fantasmas.

El ángel se detuvo, su rostro se tornó pálido. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Algo no encajaba. Sus recuerdos se volvieron borrosos, distorsionados. Recordaba haber aterrizado con gran dificultad, recordaba haber luchado contra una atmósfera que lo había desorientado. Recordaba el impacto, el mal funcionamiento de su nave. Un ingreso erróneo a la atmósfera de un mundo desconocido. Y ahora entendía: el lugar al que había llegado no era otro planeta. Era un mundo muerto, un mundo apocalíptico donde los humanos ya no existían.

El ángel miró al cielo, como si esperara ver algo más allá de las nubes que lo rodeaban, pero lo único que vio fue su propio reflejo en la atmósfera. Su propia imagen distorsionada y desconcertada.

Poco a poco, la verdad se fue asentando en su mente. Los "humanos" que había visto trabajando para él no eran más que ecos, restos de almas atrapadas en un limbo sin fin. El lugar, como un sello roto, había quedado atrapado en un tiempo detenido, sin posibilidad de sanar.

En su interior, el ángel comprendió que no era él quien traía la salvación. No era un ser divino ni celestial. Era solo un espectro más, una ilusión de lo que una vez fue. Estaba atrapado en un mundo muerto, junto a otros, que como él, eran sombras del pasado. Era un fantasma.

En ese momento, el ángel alzó sus alas, pero no pudo moverlas con la misma fuerza. Sintió un peso sobre sus hombros. Los fantasmas lo observaban, y él se dio cuenta de que ya no podía salir. Ya no podía salvar a nadie. Ya no podía hacer nada.

Y de alguna forma, mientras observaba a los muertos de Metatlán, comenzó a recordar una pintura que había visto en una sala olvidada de su nave. Una imagen de un ángel melancólico, parado sobre un paisaje desolado, mirando hacia la nada. La imagen se volvió nítida en su mente, y comprendió que su destino estaba sellado, como el ángel de Durero, condenado a la melancolía eterna.

Entonces, el ángel de Metatlán entendió lo que ya no podía evitar: él mismo era parte del paisaje, parte del vacío. Un eco perdido en un mundo que ya nunca sanaría.

Y mientras los fantasmas se desvanecían en la niebla, él se quedó allí, inmóvil, atrapado en un ciclo sin fin, esperando a que la luz, algún día, lo liberara. Pero el tiempo, al igual que el pueblo, no avanzaba.




Viewing all articles
Browse latest Browse all 87

Trending Articles