©1984, Ligia Ochoa Leyzaola
(versión cambiada y corregida de la primera, publicada en el número 63 año XI, julio/agosto ’85, de la revista Ciencia y Desarrollo del Conacyt -Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología-, luego de obtener mención honorífica en el I Concurso Nacional de Cuento de Ciencia Ficción “Puebla”. Ese mismo año también fue transmitido por Radio Conacyt)
I
Nada se sabe sobre el origen del hombre araña. En el sanatorio para indigentes donde es atendido el parto ni siquiera alcanzan a pedirle su nombre a la madre, una desconocida que apenas llega a tiempo para dar a luz y desvanecerse de manera inexplicable hasta desaparecer, dejando como único vestigio de su quehacer existencial al recién nacido monstruo.Cuatro pares de patas flexibles, delgadas y velludas son todo lo que por extremidades posee el hombre araña. El resto de su arquitectura corresponde a la de cualquier ser humano más o menos común, si bien en su rostro hay dos características poco usuales: un par de electrizantes ojos verdes llenos de búsqueda y una sonrisa indulgente que no se esfuma ni en los momentos de mayor frustración, como cuando se descompuso el aparato.
A raíz de su nacimiento, muchos científicos se disputan la posesión del hombre araña. El asunto se inclina a favor del biólogo Tan y su reducido grupo de dos asistentes quienes deciden informar que el hombre araña ha muerto pues prefieren que el monstruo crezca preservado de la curiosidad general y sea estudiado sólo por ellos, en la habitación que adecuaron en el centro de investigaciones donde laboran en las afueras de la ciudad.
Para vigilar al extraño, a quien llaman H.A. o H. Araña, los investigadores se turnan día y noche, mientras la criatura evoluciona con la inocencia propia de la infancia. La primera conclusión a la que llegan, después de algunos meses de concienzuda observación, es la imposibilidad de que la madre del H.A. haya tenido relaciones impúdicas con algún artrópodo, no por razones morales sino prácticas. Por otra parte, les parece que ya han invertido demasiado tiempo en tales reflexiones y optan por estudiar lo que pueden comprobar, sin preocuparse más por el origen del ser o morbosidades ontológicas semejantes.
No tardan en detectar que el metabolismo del H. Araña le permite crecer en un año el equivalente a cinco de un ser humano. En general, camina en ocho patas pero a veces lo hace en dos por imitar a sus guardianes, que no dejan de admirar la portentosa facilidad de su discípulo para aprenderlo todo. A los dos años ya toca varios instrumentos musicales (por ejemplo, la flauta con un par de patas, el violín con otro y el piano con los dos restantes), pinta, esculpe y sabe lo suficiente de ciencia y tecnología como para dejar boquiabiertos a los científicos.
II
El hombre araña trabaja cuanto puede en la compostura del artefacto que estático parece observarlo como si captara una acción vital.
Los investigadores le han hecho creer que sobre la faz de la Tierra sólo quedan unos cuantos habitantes debido a un reciente holocausto nuclear y que de los en otro tiempo numerosos H. Araña nada más él se ha salvado. Ahora tratan de reconstruirlo todo a partir de su genial ayuda y por eso el deber del H.A. es investigar, descubrir, redescubrir, inventar, y conformarse con salir al jardín del centro de estudios cuando algún investigador lo acompaña y el lugar se encuentra desierto. Además, para no frustrarlo demasiado, evitan en lo posible mostrarle fotografías y dibujos que muestren seres humanos, si bien le permiten leer libros científicos y uno que otro de literatura, como La metamorfosis, Crónicas marcianas, El principito, Frankenstein, algunos cuentos infantiles y, en el colmo de lo permisivo, El Quijote de la Mancha.
El hombre araña hoy se siente solitario y desdichado. Sin embargo mañana recobrará el ánimo y volverá a empezar la exhaustiva revisión del aparato, que se resiste a funcionar.
A los tres años el H.A. tiene apariencia de quince y entre sus principales entretenimientos está realizar diferentes cosas a la vez haciendo funcionar por pares sus ocho extremidades. Estos actos, aseguran los científicos, suponen una inteligencia muy desarrollada y a ello han abocado buena parte de su estudio, aunque sobre todo motivan al H. Araña para alcanzar los portentosos descubrimientos que luego Tan se adjudica.
Esto ha tenido consecuencias desastrosas. Tan ha descuidado su trabajo por cumplir con los múltiples compromisos sociales acarreados por la fama, y sus ayudantes, celosos, han empezado a obstaculizar las investigaciones del H.A. Así pues, por una u otra causa todos los miembros del grupo han empezado a espaciar cada vez más sus visitas al infeliz cuya mayor alegría es verlos traspasar el umbral de la puerta.
III
La soledad del hombre araña se hace más soportable cuando se concentra en el arreglo de la máquina, como náufrago que no pierde la esperanza.
Es domingo. El H.A. tiene cuatro años y apariencia de veinte. El biólogo Tan, preocupado al fin porque el cautivo ya no inventa ni descubre nada para llenarlo de gloria, llega, con prisas, para darle un paseo por el jardín. El remordimiento más que la convicción lo impulsa a llevar al H. Araña a conocer los alrededores luego de concluir que no hay peligro pues en varios kilómetros a la redonda la única vivienda cercana es la ocupada por la misteriosa señora Pan quien siempre sale al centro los domingos.
Al pasar frente al hogar de la señora Pan, Tan le muestra al H.A. las flores del jardín que ella cuida con esmero, sobre todo ahora que pronto será madre. El biólogo alaba las múltiples cualidades de la jardinera con la seguridad de que no está en casa, pero a los pocos minutos aparece en el porche sin ser detectada por los visitantes. Conforme la señora Pan se acerca a los intrusos aspira el aire en un quejido sofocante, parece que los ojos se le saldrán de las cuencas y al fin se para en seco como amnésica mientras el hombre araña la observa fascinado. El biólogo se le aproxima nervioso y complaciente. Intenta explicarle que lo que ve no es sino el producto de un juego difícil de comprender. Ella no lo escucha. Absorta, sostiene su vientre próximo a dar a luz.
El profesor se las ingenia para llevar a la mujer dentro de la casa, con la esperanza de que al recobrar la conciencia haya olvidado la terrible visión o al menos la atribuya al excesivo cansancio que remolca desde hace tanto. Respecto del H.A., casi debe arrastrarlo hasta su habitación en el centro de estudios pues quedó prendado de los encantos de la señora Pan como si a ella hubiera estado ligado desde siempre. Para darle por su lado, antes de despedirse Tan le promete que lo llevará a visitarla de nuevo. A cambio le exige esperar y no decir una palabra a nadie sobre el asunto. El H. Araña jura guardar el secreto con más celo que su vida pase lo que pase.
Y lo que pasa es el tiempo con sus horas estiradas e inmisericordes. Las semanas se vuelven angustia y Tan no regresa a pesar de que el H.A. lo manda llamar con insistencia. Por fin un día se presenta sólo para informarle de la desaparición de la señora Pan (quien decidió ir a dar a luz en una ciudad donde nadie la conoce) y ordenarle más trabajo pues, asegura, el trabajo y el tiempo todo lo curan.
IV
Para el hombre araña, el tiempo nunca tuvo sentido, por eso ahora, al experimentar lo que es, no entiende cómo los instantes se le enredan en ubicuas vivencias y mejor se pone a trabajar con furor en el artefacto, que pronto funcionará.
Desde que perdió la esperanza de reencontrarse con la señora Pan, el hombre araña se encierra en un mutismo insondable. Deja de comer y conoce el llanto. Encoge todas sus patas y con ellas frota su rostro. Gime como el más desesperado cuando alguno de los investigadores lo interroga acerca de la causa de su tristeza. Ninguno, excepto Tan, comprende lo que a él ya no le importa declarar.
Los científicos, alarmados y llenos de remordimiento por haberlo abandonado durante largos periodos, tratan de reanimarlo con todos los medios a su alcance. Es inútil. Ya nada puede hacerse por él y llega el momento en que sólo duerme.
En el sueño, el hombre araña da satisfacción a sus deseos. Abraza a la señora Pan en medio de sus jardines, besa su vientre plano y la acaricia con sus ocho extremidades. Ella suspira y se deja envolver en ese amor multiplicado que sólo los hombres araña pueden dar. La señora Pan y el hombre araña se miran a los ojos. Los de ella se vuelven tan verdes y brillantes como los de él y sus extremidades se transforman en patas de arácnido mientras de sus costados brotan otras cuatro protuberancias velludas y enigmáticas que sienten, crecen, abrazan, se deslizan en caricias sin control. Todas las salientes de la mujer araña se enroscan en el cuello de su amante y aprietan con furor. El hombre araña no hace nada por salvarse, es el final deseado y lo acepta satisfecho hasta diluirse en la habitación en tinieblas, cubierto por la urdimbre de una fina tela invisible.
Todo parece lejano e irreal para el hombre araña mientras su nave se interna en el espacio exterior; todo, menos la mujer a quien en un arrebato de locura entregó su amor.
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Ligia Ochoa Leyzaola obtuvo mención honorífica en el Primer Premio Puebla de Cuento de Ciencia Ficción con el presente trabajo. Una recopilación de sus ficciones es conseguible a través de lulu.com